Niño de Elche canta. Israel Galván baila. Normalmente la experiencia del flamenco aparece como humana, demasiado humana. Sin embargo, cuando arde el teatro y la piel y la carne se consumen vemos debajo el esqueleto de dos máquinas. Hay precedentes: la máquina de trovar del joven Meneses, el baile con motores de Vicente Escudero, las imágenes concretas de Val del Omar.
Malentendido entre texto y acontecimiento: donde el público ve espontaneidad hay un lenguaje estricto y reglado.
Esta emoción solo es capaz de producirla una máquina. Y esa es la idea, hacer bailar al público no es otra cosa que introducirlos, hacerle partícipe de la maquinaria del concierto. En competencia abierta con la técnica, se trata de eso, de demostrar que la sangre, el sudor y las lágrimas también son una experiencia cyborg, afectos que comparten humanos y máquinas.