«¡Hay que recordar!, ¡Hay que recordar!», dice Carlos Galván, hijo y nieto de Galvanes, en su tragicómico delirio final.
El viaje a ninguna parte nos habla de una forma de ejercer la profesión de cómico, en una compañía ambulante. En realidad nos habla del oficio. Pequeño micromundo de vida y resistencia. Tradición de siglos que constantemente renace con diferentes itinerarios. Es un homenaje a la profesión. Un oficio vocacional donde los haya. “¡Qué oficios, qué oficios!”, que perdura y se reinventa de siglo en siglo. Muere y renace. A pesar del cine, del cine sonoro, de la radio, de la televisión, de Internet...
Ficha artística
Ramón Barea dirige esta adaptación de la novela de Fernando Fernán Gómez a cargo de Ignacio del Moral, producción del Teatro Arriaga en coproducción con el Fernán Gómez-Centro Cultural de la Villa, y que rinde homenaje al oficio de actor, vocacional donde los haya, y a ese pequeño micromundo de vida y resistencia que es el teatro.
A partir de la memoria de Carlos Galván, El viaje a ninguna parte nos muestra una crónica del paso del tiempo, de la desaparición de una forma de ejercer la profesión, arrinconada por el auge del cine, la radio y otros entretenimientos, y también un retrato de la vida rural en plena dictadura franquista, en unos tiempos de hambre, miseria y pobreza espiritual y cultural, poblado por unos personajes, la compañía ambulante Iniesta–Galván, unos antihéroes que aman y odian su oficio a partes iguales.
En este año 2021 se cumplen 100 años del nacimiento de Fernando Fernán Gómez y El viaje a ninguna parte (la soberbia interpretación actoral, la evocadora escenografía y composición musical, su tempo) es un magnífico homenaje que propicia una reflexión crítica, no exenta de humor y melancolía, sobre la precariedad y el fracaso, reivindicando una tradición de siglos que constantemente muere y renace en cada función, que perdura y se reinventa constantemente, a pesar del cine, la radio, la televisión, internet… y Netflix.